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lunes, 30 de julio de 2012

La Monja


“Seis años atrás, en el mes de mayo de 2006, no recuerdo el día pero era antes del día de la Madre. Con unos compañeros del grupo estábamos viendo para conectar la luz porque un vecino nos pasaba la energía eléctrica. Más o menos eran las 7 u 8 de la noche.

Ya se había comentado que en esa casona penaba, se sentía pesada por ser muy antigua pero nunca antes había experimentado una experiencia así.
Éramos como seis personas en el interior de la casona y viendo la conexión de la energía eléctrica mediante una extensión.
 Casona Ayllu

Mientras intentábamos conectar los cables habíamos escuchado risas, pero pensábamos que era la gente de afuera en el patio o que se hallaba alrededor de la casa. Un compañero tenía una linterna y guiaba de la luz buscando quién era la persona que se reía……en ese pase de alumbrar se le enfoca el busto de la congregación de ese centro Ayllu, el busto de una madre o monja. Nos dimos cuenta que tenía la cara sonriente pero su cara verdadera había sido hecha de manera seria, sin sonrisa. Y nosotros pudimos ver que sonreía…luego de eso cada uno comenzó a correr de manera descontrolada buscando la salida todo asustados.
Nosotros al salir, los compañeros comenzaron a preguntar qué había pasado y les contamos creyendo que era producto de nuestra imaginación, pero ninguno de nosotros estábamos con ese temor antes de ingresar en el interior de la casona.

Ocurre que al día siguiente ese busto ya no estaba. Creímos que alguien se lo llevó pero hasta ahora no sabemos qué fue de ese retrato de la monja, una de las fundadoras del lugar llamado Centro Ayllu: María Asunta.
Tantos se han asustado ahí, hasta las ratas asustan”.

Fuente oral
Diego Cáceda Cabrera (20 años). Animador de Catequesis Familiar.


domingo, 22 de julio de 2012

El campo 16


“Ya habían trabajado en la zona Misael Valderrama, un tal Rivera y mi hermano. Ellos decían que ahí lloraban, molestaban y que luego los que trabajaban salían corriendo.

Por el año 1997 y 1998 cuando fui a trabajar llegué a cuidar motores pero ya me habían avisado de las cosas que aparecían u ocurrían en ese lugar.
La primera noche no pasó nada, la segunda noche algo en suspenso estaba como preguntándome “¿Será cierto?”. Pero todo fue la tercera noche….
Como entraba a las 6:00 p.m. vi un motor en el suelo de cultivo rodeado de varias cruces hechas de tronquitos. Pregunté y me dijeron _ Es que aquí en este campo es pesado pues Espinoza _

Colgué en una cabañita de palos, que construyen siempre en el campo, la radio de botones antigua que mi papá me prestó y en otra esquina el rosario que me habían regalado.
A las 9:00 p.m. escuchando la radio, escuché el sonido del botón y la radio se apagó. Me pareció extraño. La prendí mientras el rosario fosforescente iluminaba un lado de la cabañita. Después la radio se apaga por segunda vez y comencé a hablar lisuras. La volví a prender.
Al rato pasa el “Jefe de Ronda” en vehículo y me habla 
_ Si ves algo extraño sólo sal a la pista que da al río _ como presintiendo que me podía pasar algo.

A eso de las 12 de la media noche se apaga nuevamente la radio, luego escucho llorar a un niño por la acequia en medio del campo. Salí hacia la pista como me dijo el Jefe, llevando mis cosas. En la pista me encontré con los ronderos (cuidaban los cables de electricidad desde el antiguo grifo Koinsa hasta la altura del Pozo Nº 01)…así pasaron las horas….esperé a que venga el trabajador de turno e irme a mi casa”.

En esta entrevista, don Alfredo me habla que la radio no estaba malograda y que funcionaba a la perfección. Los botones de prendido eran de aquellos donde se gira con los dedos, lo mismo se hacía para buscar las emisoras. Es cierto que era de esos artefactos antiguos pero ya lo había probado antes y después del suceso. La radio estaba en buen estado, no había motivo para apagarse por sí sola.

Fuente oral
Sr. Alfredo Espinoza Novoa (50 años).


Antes de las 7 de la mañana. El trabajo en el campo no paraba.

El Campo 23

“Cuidábamos los motores diesel en los cuarteles de caña de azúcar. En total eran 05 motores ubicados a una distancia de más o menos 100 metros entre nosotros. En el Campo 21 (2 motores); el 22 (1 motor); y el 23 (2 motores).
Yo me hallaba en el Campo 21 y mi compañero de trabajo que estaba en el Campo 22 decidió, junto conmigo, vernos en el centro de esos campos a la mitad, osea a los 50 m de distancia entre nosotros, para dialogar en plena noche.
Mientras dialogábamos no nos desprendíamos de cuidar los motores que se nos encargó. De repente frente a nuestros ojos, desde esos postes altos de electricidad, salieron chispas en grandes cantidades. Una llama de fuego descendió al campo, pasó por el campo de caña que estaba para cosecha.
El otro guardián que estaba en el 23 resultó en un momento a lado de nosotros. Al rato aparecen los dos ronderos que cuidaban los cables de electricidad y éstos habían visto también la llama grande pero que se dirigía al río Chicama y esta llama no se apagaba a pesar que el río tenía agua.
Me dijeron ¡Espinoza! ¡Espinoza! ¿Has visto la llama?
Todos luego estábamos asustados y del lugar ya no nos movimos.

Ahora éramos 05 personas que vimos esa llama. Sin saber explicar cómo es posible ocurrir ello sin que esa llama queme la caña que estaba para cosechar y sin necesidad que se apague la misma llama al pasar por el río Chicama que poseía agua debido a los tiempos de verano.

Nosotros 05 quedamos dormidos en el suelo entre gramas silvestres hasta que llegó el “Jefe de Ronda” con la camioneta quien supervisa a los guardianes de los motores diesel.
¾     ¡Ey! ¡qué pasa! – les preguntó con voz fuerte para despertarlos a todos.
Los guardianes explicaron lo que ocurrió. Entonces tuvieron por respuesta esto.
¾     Yo también vi eso ya no vayan hacia los motores hasta que amanezca.

El Jefe de Ronda, no pasó en la dirección donde fue la llama, también se había asustado”.
Al fondo los campos de caña que se relatan en esta historia. Toma desde Huaca "La Novoa". Foto: Miguel Núñez

Lo sucedido ya había sido vivido por lo visto. El Jefe de Ronda es la clave para entender que esas cosas ocurrían en nuestro terruño, en la margen izquierda del río Chicama de nuestro Cartavio. Fenómeno eléctrico extraño. Fueron 5 los testigos y vivieron para contarlo.

Fuente oral
Sr. Alfredo Espinoza Novoa (50 años).

jueves, 19 de julio de 2012

Los duendecillos


Por el verano del año 1997 en el Campo 21 cerca al Pozo Nº 01 se hallaba don Espinoza laborando para la empresa Cartavio. La caña de azúcar no era el centro del cuidado sino los motores que ahí se dejaban de vez en cuando.
A continuación veremos el relato en ese campo que no es muy cercano al poblado de Cartavio.

“Estaba cuidando motores. Ya habían cosechado y estaban regando. En medio de los cuarteles hay una acequia llamada “Ayudante” donde crecen laureles.
Más o menos a las 9:00 p.m.  viene el regador llamado “Borrego” preguntando por su mochila (ropa ahí había) y se fue. Después de media hora regresó y dijo que no encontró las cosas.
Pasó la ronda a las 11:45 p.m. para saber si yo y los demás estábamos trabajando. Luego, el mismo trabajador vino de nuevo hacia mí, entonces se dio cuenta que ya no estaban sus yanques ni sus machetes. Me pide que le ayude a buscarlos.

Llegamos a la fila de laureles de la acequia y vimos unos hombrecitos de 30 a 40 cm de altura jugando con las cosas del amigo. Esos hombrecitos eran gringuitos, estaban desnuditos, pero al ver la luz de nuestras linternas se quedaron quietos y huyeron metiéndose en las pequeñas cañas.

Cuando eso sucedió con los pequeños hombres vimos rastros de palana arrastradas, todas las cosas del trabajador del campo estaban tiradas por el suelo. Nos asustamos.
Un trabajador llamado “Machete” sí nos creyó porque los había visto antes.
Algunos señores que vivían por ahí decían que sí era cierto pues tenían sus chacras, creo que era la familia Ávalos o Dávalos”.

Fuente oral
Sr. Alfredo Espinoza Novoa (50 años).